La guerra civil de Siria ha obligado a más de un millón de personas a huir de sus casas, por lo general con sólo una pequeña bolsa de posesiones.
La guerra civil de Siria ha obligado a más de un millón de personas a huir de sus casas, por lo general con sólo una pequeña bolsa de posesiones. Brian Sokol, con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, fotografió a algunos de los refugiados junto a los objetos que atesoran tras dejar sus hogares. Iman, de 25 años, aparece en la foto en el campo de refugiados Nizip, en Turquía. Sólo pudo tomar a su hijo Ahmed, a su hija Aisha y a un ejemplar del Corán cuando huyó de Alepo. El libro ofrece una protección religiosa, dice.
Alia, una ciega de 24 años de edad, fotografiada en el campo de refugiados de Domiz en el Kurdistán iraquí, se vio obligada a huir de su hogar en Deraa. Dice que lo único importante que trajo con ella fue su «alma, nada más, nada material». Y considera a la silla de ruedas como una extensión de su cuerpo, no como un objeto independiente.
Cualquiera que aparente estar huyendo puede verse impedido de salir del país, por lo que muchos se van casi con las manos vacías. Walid, un médico que trabaja en la clínica de Médicos Sin Fronteras en el campamento Domiz, huyó del país 20 días después de que su esposa diera a luz. Dice que la foto de ella le recuerda tiempos más felices.
May, una niña de ocho años que vive en el campamento de Domiz, extraña a su muñeca Nancy, a la que no pudo traer de su casa en Damasco. Las pulseras que usa ahora son sus bienes más importantes.
A Omar, de 37 años, tocar su buzuq (laúd de cuello largo), le recuerda a la vida en Damasco. «Por un rato, me da algo de alivio de mis penas», dice. Abandonó el país la noche en que sus vecinos perdieron la vida.
El fotógrafo también visitó el valle de Bekaa, en Líbano, donde conoció a Yusuf, de Damasco. La posesión más preciada de Yusuf es su teléfono móvil. «Con esto puedo llamar a mi padre», asegura. El teléfono tiene un doble propósito, ya que también contiene imágenes de sus seres queridos.
Abdul y su familia esperan poder regresar a Damasco pronto, por lo que mantiene las llaves de su apartamento en un lugar seguro. Decidió escapar luego de que su mujer resultara herida en un tiroteo, pero ni siquiera sabe si su propiedad todavía está en pie. Ahora la pareja y sus hijos viven en el Valle de Bekaa, en un refugio de madera construido por Acnur y el Consejo Danés para los Refugiados.
Tamara espera que haber traído su diploma le permita continuar su educación en Turquía. La joven de 20 años aparece en la foto en el campo de refugiados Adiyaman, en Turquía. Salió de su casa en Idlib después de que fuera destruida. Su familia teme por su vida, y señala: «Nos trasladábamos de un refugio a otro con el fin de protegernos».
La familia es un tema recurrente para muchos refugiados. Ayman, de 82 años, dice que su esposa Yasmine, de 67 años, es la cosa más importante del mundo. La pareja huyó de su hogar en Alepo hacia el campamento de refugiados Nizip en Turquía después de que sus vecinos fueron asesinados. Ayman asegura: «Ella es la mejor mujer que he conocido en mi vida».
Lo más importante para Ahmed es su bastón. Su familia huyó con otras cuatro de sus hogares en Damasco hacia el campamento de refugiados Domiz. Sin su bastón, quziá no habría podido hacer la travesía de dos horas a pie hasta la frontera iraquí. Un hijo que se quedó atrás fue asesinado en octubre.
Fuente: http://noticias.terra.com.mx/
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