Nueva evacuación en Pemex por fuga de gas

Apenas 135 horas después de la explosión que enlutó a Pemex, ocho mil trabajadores tuvieron que volver, con terror, al lugar que en segundos se convirtió en escenario de catástrofe.

Y el pánico que generaba entre ellos el sólo hecho de regresar a laborar, se propagó como virus entre las oficinas por una simple bolsa de comida podrida.

Los rostros desencajados delataban su sentir: la incertidumbre de no saberse seguros en la Torre de Pemex, donde murieron 37 compañeros suyos y 121 más salieron heridos.

“Me tocó estar en el  funeral de una  amiga y otra más ahora se está debatiendo entre la vida y la muerte”, contó Alejandro Palestina, mientras colocaba un ramo de rosas blancas en el altar puesto en memoria de las víctimas.

Y como Alejandro, llegó Martha a encender cinco veladoras; varios más se persignaron, y otros se detuvieron frente a una fotografía que resaltaba en el altar,  como intentando reconocer a alguno de los 28 trabajadores  de recursos humanos que ahí aparecen retratados.

Entonces, discreta, una empleada se acercó a la imagen y con su mano le plantó un beso a su amigo muerto.

“Ahorita ya no existe recursos humanos, muchos compañeros de esta área fallecieron, porque estaban ubicados en la planta baja del edificio B2”, explicó Juan Manuel, de telecomunicaciones.

Y es que, en efecto, la explosión volvió añicos la oficina de recursos humanos, echando por los aires información estratégica y alterando así toda la dinámica laboral en el complejo.

“Simplemente, ya no existe a quién entregarle los papeles; hoy lo que nos ordenaron fue entregárselos a la secretaria de Trabajo en sus propias manos”, contó Juan Manuel.

Por ejemplo, ya enterraron a la chica que tramitaba las vacaciones y cremaron también a la señora que se encargaba de resolver los nuevos contratos.

Falta demasiado para poder decir que los trabajadores han vuelto a la normalidad: los niños no regresaron al CENDI, primero había que cambiar las sábanas y cobijas de la estancia infantil, así que se les dio el día libre a las mamás para que pudieran cuidar a sus pequeños.

Tampoco los 2 mil 500  empleados del B1 y del B2 reanudaron labores; algunos sólo pudieron subir a los edificios a recoger sus pertenencias como tarjetas de crédito, débito, zapatos, bolsas y otros objetos personales. Y volverán hasta nuevo aviso.

Ayer, desde la entrada, para los petroleros todo cambió. La seguridad aumentó, las cámaras de televisión sobre ellos y decenas de militares y marinos.

Lo primero con lo que se toparon los recién ingresados fue con el reparto de un moño negro, que la mayoría se abrochó a la ropa;  y con este símbolo de luto recibieron también un cuarto de hoja de papel que, por un lado, los invitaba a guardar un minuto de silencio a las 9:30 como homenaje a sus compañeros muertos, y por el otro, les garantizaba las condiciones de seguridad para su regreso.

Pero por más garantías que les ofrecieron en ese boletín informativo y las propias palabras del líder sindical de los petroleros, Carlos Romero Deschamps, y del director de Pemex, Emilio Lozoya Austin, que estuvieron ahí desde muy temprano, los empleados seguían mostrándose escépticos.

“Tengo mucho miedo que vuelva a pasar algo y que ahora nos llegue a la torre porque yo estoy hasta el piso 31”, confesó, angustiada, Juana, quien lleva ocho años en Pemex. Y como ella  muchos más reconocieron sentir el mismo temor.

No había transcurrido ni la mitad de la jornada laboral cuando  otra vez los sacudió el pánico: la advertencia de una fuga de gas se extendió por todo el complejo exactamente a las 12:07.

En el piso 24 de la torre principal se disparó la alarma para el desalojo. Los trabajadores comenzaron a evacuar los edificios A, C, el anexo  y la torre principal por las escaleras de emergencia. Cundió la histeria colectiva.

Apenas habían bajado y por los altavoces se escuchó lo que para muchos pareció una mala broma: “Fue una falsa alarma, se trata de comida echada a perder  y la comida echada a perder provocó un olor similar al gas. Les  pido, por favor, que regresemos a los sitios de trabajo”.

Pero ya se había originado el caos. Llegaron los bomberos, las ambulancias y la unidad antibombas. Y en el piso, una desmayada.

“Ya de por sí tenemos miedo y pasan esas cosas, pues sí te pega. Toda la gente sigue asustada por el caos que causó la explosión en el edificio B2, cómo es posible”, se preguntó Erick Peñalosa, quien bajó por las escaleras de emergencia desde el piso 32 de la torre.

Y cuando la noticia de la fuga de gas voló, el director de Pemex, Emilio Lozoya, quien todavía se encontraba en las instalaciones, envió a su jefe de Prensa con una grabación en la que insistía que el olor se había originado por comida echada a perder.

“Hubo una bolsa de comida podrida y la gente se asustó. No pasó absolutamente nada”, transmitía el audio.

Pero si había desconfianza, la falsa alarma aumentó el temor de los trabajadores. Los 30 sicólogos que estaban dando consulta en la clínica del complejo atendían múltiples crisis nerviosas.

Al final del día muchos de los petroleros que sabían que hoy tendrían que volver a enfrentar sus temores, de plano resolvieron encomendarse a fuerzas divinas.

“Yo nada más le pido a Dios que ya no pase nada”, suplicó Mónica Islas, empleada de la paraestatal.

Fuente: http://www.excelsior.com.mx

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