Cada día me sorprende más la cantidad de personas que declaran sentirse agotadas por el trabajo diario al tiempo en que también se encuentran agobiadas por sus muchas cuentas y deudas mensuales. ¿Por qué una persona que trabaja tanto no logra mantener una buena salud financiera?
Dependiendo de cada profesión o actividad, varía la edad en que se inicia la vida económicamente activa, sin embargo, en promedio entre los 18 y 22 años la mayoría de los jóvenes inician sus actividades laborales o productivas. Entonces, ¿qué deberían de lograr luego de 10, 20 o 30 años de trabajo?
Cuánto tengo y cuánto quiero
Santiago tenía 19 años cuando empezó a trabajar en una empresa de seguridad industrial, los primeros tres meses estuvo como aprendiz y su salario era el equivalente al 70% del salario mínimo vigente, su papá le llevaba y buscaba diariamente del trabajo, además tenía libre un par de horas al medio día lo que le daba tiempo de ir a almorzar a casa de una tía que quedaba bastante cerca de su empleo. Su sueldo era sólo para él, sentía que era millonario.
Cuando le confirmaron en su puesto pasó a ganar salario mínimo, además su horario se ajustó al que cumplían los demás colaboradores de la empresa, por lo que debía viajar en ómnibus diariamente y comprar su almuerzo del comedor.
Sólo pasaron un par de meses cuando él se percató de que no le alcanzaba el tiempo para mantener las actividades sociales y deportivas que antes realizaba pero, por otro lado, tampoco le alcanzaba el dinero para sostener el pago de los gastos corrientes de transporte, alimentación y la cuota de la universidad a la par de los gastos propios de las salidas nocturnas de los fines de semana, momentos que él apreciaba mucho pues se constituyeron en los espacios para encontrarse a compartir con sus amigos.
Con mucho ingenio, mensualmente lograba equilibrar sus ingresos con sus gastos, aunque no le quedaba saldo para ahorrar y el monto de deuda de su tarjeta de crédito empezó a crecer. Haciendo cálculos, el aseguraba que con un 20% más de salario ya le alcanzaría perfectamente para cubrir sus costos y además empezar a ahorrar, pues quería comprarse un carro, especialmente teniendo en cuenta que salía muy tarde a la noche de la universidad y en ocasiones le resultaba peligroso.
Al cabo de 14 meses de trabajo, logró un ascenso y pasó a ganar 30% más del salario mínimo, estaba muy contento. En ese entonces también había iniciado una relación de noviazgo con una joven compañera de universidad, así que enamorado y con más dinero sentía que era el mejor momento de su vida.
Antes de llegar a los 18 meses de trabajo, se percató de que había cambiado algunos hábitos prácticamente sin darse cuenta de ello, desde nuevos paseos y salidas hasta el tipo de comida que compraba diariamente, la marca de la ropa que utilizaba y otros pequeños detalles lo habían llevado a que en menos de un cuatrimestre se haya adecuado a los nuevos ingresos y nuevamente no le alcanzaba el dinero que ganaba para poder ahorrar.
Por otro lado, sus nuevas responsabilidades implicaban mayor tiempo y presión por las metas, más informes que presentar y rendir cuentas sobre un equipo de trabajo que, de alguna manera, también le significaba más trabajo. Claro, también por eso ganaba el nuevo salario, venía con el combo, como dirían algunos.
Moverse no es avanzar
Nuestro amigo Santiago siguió avanzando en su carrera universitaria y laboral, de hecho, unos años después de culminar sus estudios contrajo matrimonio con Sara y hoy, habiendo pasado 4 años de aquel entonces, ya tienen 1 hijo de 3 años y otro en camino.
Su actividad profesional también ha ido en ascenso, no sólo gana más sino que le implica más tiempo y bastante más presión laboral. Su carácter ha ido cambiando, no tiene tiempo para los amigos ni actividades sociales, algunos pensarán que ha madurado pero muy en el fondo creo que él puede reconocer que no es madurez sino el peso de las múltiples responsabilidades, las cuales tienen su recompensa pero él siente que no en la justa medida.
Esa frustración que siente lo oprime de tal manera que, en ocasiones, admite que quizás el ritmo de trabajar para tener lo que tanto él como su familia necesitan es agotador, el levantarse, trabajar, dormir, levantarse, trabajar, dormir, parece no tener fin. ¿Qué sentido tiene?
Este planteamiento quizás dramático que presenta Santiago, no puede atribuirse directa o únicamente al compás del esfuerzo diario y a la inagotable fuente de múltiples necesidades. Hay, en realidad, muchos factores en juego, desde que la actividad diaria sea positiva y esté llena de satisfacción para él, hasta una revisión integral de sus metas de vida.
Es normal que a los 30 años, todo el patrimonio que tenga un joven profesional de clase media sea un modesto carro, a los 40 quizás posea un mejor carro y una casa cuya hipoteca está pagando en largos años de cuotas, a los 50 ya deberá ser propietario de una casa, un carro y activos financieros que trabajen para que aumente su patrimonio. El problema surge cuando uno se da cuenta de que, a pesar de haber trabajado más de 30 años, con mucho esfuerzo y dedicación, llega a los 60 años cansado por el esfuerzo diario pero sin patrimonio para hacer frente a su jubilación.
Con ésta descripción queda claro que moverse no es avanzar, el cansancio por jinetear entre los pocos ingresos ante las muchas necesidades parece no tener fin, por ello es clave cambiar la dinámica de la relación entre los ingresos y gastos.
Debemos comprender que el ahorro no es opcional, no debe ser visto solamente como lo que sobra de los ingresos luego de hacer frente a todos los gastos, sino como una prioridad que nos permite alcanzar metas y lograr resultados sustentables en nuestra calidad de vida. Sigamos Hablando de Dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.
Fuente: http://economia.terra.com.mx
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