CÓMO VIVEN LOS
GRIEGOS LA CRISIS ECONÓMICA
Es la primera señal de
quebranto que capta el transeúnte cuando recorre las calles
de Tesalónica: “Se renta, se renta, se renta, se vende”. Las
paredes lanzan un SOS, una cantinela que se anuncia por todas
partes, en los escaparates de los restaurantes, de los cafés, de
las tiendas de ropa, de las panaderías, de los locales cuya
vacuidad apenas se esconde tras los vidrios ensuciados por los
anuncios, por los grafitis o las pintas. Cualquier superficie,
ya sean las barreras de una obra de construcción, los postes
eléctricos, los automóviles o las moticicletas, sirven para
pegar un eslogan en esta Grecia que está en
quiebra.
Desde hace cinco años esto ha crecido como una mancha de aceite,
desde los barrios de la periferia hasta el centro de la segunda
ciudad más importante de
Grecia. Y cuando sus habitantes la vieron llegar hasta las
boutiques de lujo de la calle Tsimiski y de la calle Saint-Honoré en
Tesalónica, entendieron que nadie iba a poder escapar a esta pócima
tan amarga, ni siquiera la historia misma de Macedonia: el Museo del
Ágora instalado dentro de las ruinas romanas está cerrado por falta
de vigilantes, y hasta el mismísimo Alejandro Magno, montado en su
caballo blandiendo su espada en dirección a Asia Menor es
inaccesible, perdido en medio de los cúmulos de arena y grava de una
construcción.
EL VACÍO: Es la segunda impresión más intensa, pues más que la
pobreza es el estigma de la crisis el que se siente a través del
vacío. Vacíos como para llorar de tristeza están los restaurantes
tan apreciados de los griegos. El Mirovolos, no lejos del mercado
Modiano, que abrió sus puertas hace 53 años, exhibe en sus muros
fotos de las veladas de los buenos tiempos. Hoy nosotros somos sus
únicos dos clientes. El mesero Kostas permanece con los brazos
cruzados en medio de un decorado de fiesta mientras la cocinera Anna
opta por sentarse en la sala para soñar despierta.
Por la noche, las calles están desesperadamente abandonadas, con
excepción de la avenida Aristóteles y de los cafés siempre
frecuentados por grupos de jóvenes. En el día los embotellamientos
permanentes de la ciudad se han esfumado. Antes, relata un abogado
de negocios que vive en el este, “me tardaba unos 45 minutos en
llegar a mi oficina del centro, ahora llego en un cuarto de hora”,
lo cual demuestra que a veces las crisis tienen sus cosas buenas. La
calle Kassandrou ya se olvidó totalmente de su pasado reciente como
una popular arteria comercial.
El puerto, que era uno de los más activos del Mediterráneo, hoy
languidece mientras sus grúas se han quedado inmóviles. Los buques
cargueros y petroleros que esperan en la bahía se cuentan con los
dedos de una mano. Pero es peor en Sindos, un centro industrial al
oeste de la ciudad, donde la hilera de camiones es apenas un lejano
recuerdo en medio de tanta calle desierta. En la pequeña empresa que
lleva el ahora tan simbólico nombre de L’Européenne, Salakis el
dueño y su hijo Vaios fabricaban trabes para puentes. Pero ya se
acabaron los contratos para ellos porque todas las construcciones
públicas se suspendieron y decenas de obreros fueron despedidos. Con
el par de
obreros que les quedan producen máquinas para la irrigación
agrícola en un rincón de los dos inmensos talleres donde las
maquinas esperan tranquilamente y en silencio días mejores, rodeadas
de materias primas que ni siquiera han sido desempacadas. Pero lo
peor está al otro lado de la ciudad en la Filkeram Johnson, una
empresa anglo-griega que fabricaba azulejos de cerámica, mismos que
después eran exportados en 97 por ciento.
Panayotis de 51 años, Georges de 48, Homero de 52 y Georges de
53, ocupan una fábrica que cerró sus puertas desde hace un año. Más
de 200 obreros han perdido su empleo y esperan sus indemnizaciones.
Uno puede pasearse en bicicleta dentro de la inmensa planta que fue
vaciada a la mitad después de arrebatarle sus dos cadenas de
producción automatizadas y ultramodernas, importadas de Italia. Esta
línea de producción fue revendida a Irán, sin embargo Panayotis y su
colega aseguran que “podrían volver a echarla a andar dentro de un
mes y medio”.
Y en cuanto a la gran obra de construcción del metro subsidiada
por la Unión Europea, hace años que no se sabe a ciencia cierta si
está avanzando o no. Es apenas una zanja que atraviesa la ciudad
como si se tratara de una cicatriz que no cierra.
VIVIENDO CON LA TRISTEZA A FLOR DE PIEL: Nikos, un chofer de
taxi, Evangelia, la profesora de francés. Athenas, la joven
ingeniera civil y los demás, relatan la misma historia.
Nikos, un cincuentón, dice haber perdido 50% de su actividad pues
ya no cobra las rentas de los pequeños locales comerciales ni de los
departamentos que posee la familia. “Dejé de fumar, no porque
quisiera, dejé de tomar cafés. Y por la noche me reúno en una sola
habitación con mi mujer y mis dos hijos para ahorrar en
calefacción”.
“Mi salario bajó de mil 223 a 800 euros”, constata Evangelia,
quien es profesora desde hace siete años. “Menos paseos, nada de
restaurantes. A mis 32 años no puedo pensar en tener hijos.”
Athenas trabaja desde hace un año en los planos de la nueva
prefectura de Tesalónica. Con un empleo de medio tiempo, cinco horas
al día, gana 500 euros brutos al mes, es decir 350 euros netos. “No
me queda otra alternativa que vivir con mis padres.”
Reducciones a los salarios, a las
pensiones, menores ingresos para los comerciantes y para las
profesiones liberales, desempleo industrial masivo, aumento del
Impuesto al Valor Agregado, baja del tope mínimo para la renta
mínima gravable a cinco mil euros por año, impuesto predial
retroactivo, suspensión de los reembolsos de medicinas o de las
recetas médicas que siguen costando lo mismo que en París (el litro
de gasolina a 1.75 euros, el café de 1.70 a 4 euros). Es la vida
misma la que se está consumiendo ahora, es el espacio vital el que
se está reduciendo.
Aunque a veces las apariencias engañan. Las terrazas a la orilla
del mar que dan a la cordillera del Olimpo siguen abarrotadas cuando
se pone el sol. Los jóvenes se reúnen a beber un solo consumo que
les permite quedarse allí varias horas. Mientras tanto, los viejos
siguen jugando a las cartas o al backgammon en sus cafés favoritos,
aunque sólo les quede un periódico para leer porque el otro rotativo
importante de la ciudad dejó de circular diariamente para
convertirse en un semanario. Elena forma parte del grupo de 700
empleados de la cadena de televisión Alter que tuvo que cerrar sus
puertas. La elegante periodista de 28 años aceptó un empleo temporal
como encargada de comunicación de los sindicatos aunque ni siquiera
sabe cuánto le van a pagar. “Como usted puede ver, llevo la misma
ropa de marca de antes de la crisis, entonces soy rica en
apariencia.”
Y cuando el equipo local de futbol, el PAOK, es derrotado tres a
cero por el Udinese de Italia en la Liga Europea, la afición del
estadio entra en catarsis evidenciando la alegría colectiva de estar
juntos para poder gritar, cantar, golpear con el pie y expresarse
aprovechando el momento de una derrota deportiva.
LA MISERIA: El nivel de vida ha bajado por lo menos dos muescas
en todos los
estratos sociales, a excepción, claro, de una ínfima porción de
privilegiados. En lo más bajo de la escala, los pobres se hacen más
pobres. En el primer piso de un banal inmueble de la calle Dragoumi,
la ONG Médicos del Mundo abrió tres consultorios médicos (medicina
general, pediatría y ginecología) para aquellos que ya no tienen
seguridad social, ni se les reembolsa su gasto en medicinas. La
sala de espera está desbordada de pacientes. “Hacemos más de mil
consultas al mes, cifra que se duplicó desde hace un año”, relata
Sofía, una de las encargadas. Las pilas de ropa ocupan la pieza
donde trabaja Sofía. Pues ahora, “además de urgencias, de vacunas y
de medicinas, donamos ropa y también alimentos”. Alexandros Ftikas,
el cardiólogo y Joseph Petridis, el patólogo, figuran entre los
médicos que donan de manera voluntaria y benévola algunas horas
semanales de su tiempo. En total son 22 los médicos que se reparten
los turnos de atención a los pacientes. “La solidaridad va en
aumento, sin embargo las cosas van a empeorar”, afirma Sofía.
La solidaridad comienza en familia. Los jóvenes han vuelto a
depender de sus padres, quienes a su vez dependen de los abuelos.
Los griegos están regresando a sus pueblos. Y la solidaridad también
está a cargo de las mujeres que se reúnen a preparar los alimentos
de los más vulnerables; de la Iglesia ortodoxa que ha abierto sopas
populares, mientras que la Unión Europea distribuye productos de
primera necesidad en un almacén del puerto: arroz, macarrón y queso
para las familias numerosas. La gente llega sin necesidad de
empujones, allí no se hace cola.
Existe también una profunda
miseria sicológica. Panagiotis Tsaraboulidis, presidente del
centro de los sindicatos de Tesalónica, acaba de escribir al alcalde
de la ciudad para pedirle que haga algo para enfrentar el aumento en
el número de suicidios, del alcoholismo y del uso de antidepresivos.
Pues sabemos bien lo que eso significa.
LA CÓLERA: Hay dos cosas que indignan realmente a los griegos:
que los tilden de flojos, y de que no pagan sus impuestos ni su
recibo de electricidad como si tuvieran esos argumentos listos para
esgrimirlos en todo momento. Nikos en su taxi, pero también en el
mercado Modiano, Kristopher que vende productos importados de Rusia
y George, el presidente de los carniceros, muestran el papel y
enseguida dejan escapar su inagotable cólera sobre el tema. El
Estado griego ha decidido recuperar recursos con efecto retroactivo.
Desde 2010 el impuesto predial aparece inscrito en la misma factura
a partir de una base mínima de cinco euros por metro cuadrado en las
ciudades, lo que para algunos se traduce en una multiplicación de
cinco a diez en el recibo. Y si no se paga, cortan la
electricidad.”No somos unos flojos que no pagamos impuestos”, se
sulfuran nuestros interlocutores, especialmente cuando el comentario
viene de los alemanes con quienes el conflicto de la Segunda Guerra
Mundial no quedará saldado jamás.Allí, como sucede en cualquier
país, no hay que atentar contra el orgullo de la gente, y en cuanto
a los impuestos, hay que reconocer que la acusación es infundada
para todos los asalariados griegos a quienes se les retiene el
impuesto desde su origen. “Cincuenta por ciento de los griegos pagan
sus impuestos, cincuenta por ciento no han pagado, y siempre serán
los mismos los que no los pagarán. En cuanto a la gente que roba ya
sabrá arreglárselas para salir del problema”, afirma el líder de los
sindicatos.
De no ser así, la resignación tendrá que imponerse. Tesalónica
con su millón de habitantes es mucho más tranquila que Atenas pues
algunas manifestaciones se desarrollan sin incidentes y sin
movilizaciones masivas. Entonces se cede el espacio a la ironía, al
humor o al fatalismo. Los obreros de la Filkeram Johnson colgaron
una manta a la entrada de la fábrica. “¡Shsh! No hagan ruido, el
Estado duerme. Industriales, corruptores ¡despierten!” Un chofer de
taxi a quien se le pregunta dónde viven los ricos responde: “Me
encantaría saberlo”. En cuanto a Miltos, un cirujano plástico,
instaló en el sofá de la sala de espera de su consultorio el disfraz
de carnaval con el que atravesó la ciudad en bicicleta: se trata del
ex primer ministro Georges Papandreu en traje de presidiario. “La
ironía es lo único que nos queda”.
LA HUIDA: Ifigenia de 17 años; hermosa como una flor, es una
alumna brillante que recibió una beca de su colegio privado con
enseñanza intensiva del francés. La encontramos junto a su hermana
menor Natacha, su madre Vaia, una empleada de banco, y a su padre
Spiros que tiene tres tiendas de ropa, en el pequeño departamento de
la abuela que también se llama Ifigenia, en el barrio de Toumba.
“Aquí no hay porvenir, ya no hay oportunidades”, dice ella. Toda
la familia está de acuerdo y prepara su salida a Francia, un país
con el que no tienen ninguna relación especial. Nos preguntan, para
la más pequeña, cuáles son las mejores escuelas de fotografía o de
cine.
María, a quien encontramos en un autobús, está realizando el
mismo trámite. Esta estudiante de agronomía quiere irse a España o a
Holanda. Andreas, de 20 años, acaba de reanudar sus clases nocturnas
para terminar el bachillerato. Hijo de agentes de servicios, había
abandonado la escuela en el cuarto grado. Pero ahora, junto con su
novia, quiere ir a Australia. Trabajaba en el acondicionamiento de
locales, su salario bajó primero de 60 a 30 euros al día, después a
nada, su empresa cerró. Y ahora trabaja en un café.
Miltos el cirujano también piensa en partir. “Hay que preparar
una salida de emergencia, la emigración, porque yo trabajo con
productos importados, y si los impuestos suben, voy a tener que
cerrar”.
Kristopher, el vendedor de productos alimenticios rusos va a
poner la llave bajo la puerta. Se pregunta si regresará a Rusia o
viajará a Alemania a buscar a su familia. Será otra cortina más que
se cierra en el mercado Modiano, donde Georges el carnicero piensa
en reunirse con sus colegas de Francia con los que mantiene
relaciones amistosas.
La huida está en la mente de todos los estratos sociales. La
pregunta es si después de las olas de
emigración que acompañaron a la guerra civil a fines de los 40,
y luego durante el régimen de los coroneles (1967/1973), otra nueva
ola está tomando forma.
¿LOS CULPABLES? Siempre es difícil responder a esta pregunta,
pero lo sorprendente fue que nuestras decenas de interlocutores
jamás mencionaron el nombre del Fondo Monetario Internacional (FMI),
y que tampoco fue la primera vez que señalaron con el dedo a la
Unión Europea. Ninguno evocó siquiera la idea de que Grecia abandone
Europa o la zona del euro. “No se sabe contra quién hay que luchar,
el enemigo no ha sido identificado”, explica Evangelia, la profesora
de francés.
Lo que sí existe sin lugar a duda es una toma de conciencia de
las responsabilidades en que incurrió la nación en el marco de esta
crisis. En primer lugar la responsabilidad de sus dirigentes: “todos
nos mintieron, lo mismo Karamanlis que Papandreu”, dice Miltos al
recordar que ambos habían jurado públicamente que Grecia no tendría
problemas al momento que estalló la crisis hipotecaria de 2008.
André, que vende productos de mantenimiento y de tlapalería en el
mercado Modiano, amenaza con “cortarle la cabeza al primero de los
300 diputados que pase frente a su local”.
“No es la culpa de los demás, es la culpa de los griegos”, afirma
el sindicalista Panagiotis Tsaraboulidis. “Nos comíamos el dinero
que nos daban sin antes contar con ningún modelo de desarrollo. Sin
embargo los acreedores también son responsables de habernos hecho
creer que no había problema”.
Los dirigentes políticos, el clientelismo, una administración que
nadaba en la abundancia, la corrupción, el derroche del dinero
público, las taras tradicionales de Grecia, son los primeros que van
al banquillo de los acusados. “¿Por qué los juegos olímpicos, porqué
las compras de armamento a Alemania o a Francia?”
Se acusa a la Unión Europea, por lo menos, de haber cambiado las
estructuras económicas del país mediante subsidios que prácticamente
liquidaron a la agricultura griega —“miren nada más, ¡es el colmo!
Ahora importamos el aceite de oliva de Alemania”— y también se acusa
a la mundialización de haber aniquilado a la industria textil.
Las instituciones financieras le prestaron a Grecia con singular
alegría y los bancos hicieron lo propio cuando promovieron las
ofertas de crédito a los particulares. Los griegos fueron la imagen
viva de su gobierno, aceptaron los préstamos. Casas, automóviles,
etcétera, todo esto fue un endeudamiento generalizado en medio de
una bancarrota generalizada. Hoy Grecia logró borrar parte de su
deuda, pero eso no sucedió con los particulares.
EL FUTURO: En el corto plazo se trata de la búsqueda anunciada
del descenso a los infiernos. En las próximas semanas se esperan
nuevas bajas de
salarios. Para Kostas, el dueño del Kamares, un establecimiento
muy frecuentado que está cerca de la universidad, “70% de los
restaurantes van a cerrar sus puertas. Ya reduje mi personal de diez
a siete empleados. La reducción de los horarios de trabajo y la baja
de los salarios es lo que viene”, anticipa Panagiotis. Nikos piensa
en un nuevo mecanismo para calentar su casa.
El porvenir son las chambitas. Christos perdió su tienda de
muebles, y también su casa antes de que se aprobara la ley que
prohíbe embargar la habitación principal. Ahora se ve obligado a
rentar y a hacer pequeños trabajos como las traducciones. Su hijo de
27 años también pasó de ser DJ a convertirse en mesero. Otros venden
objetos a un euro, e incluso pañuelos desechables en la calle.
A mediano plazo, “no se sabe si las cosas van a mejorar” dice con
preocupación Rinetta, jefa del Departamento de Lingüística Francesa
de la universidad. “La impresión de que no hay futuro, de que no hay
una luz al final del túnel, es la que predomina. Sin embargo
seguimos haciendo nuestro trabajo de la mejor manera posible, los
estudiantes también, a pesar de que saben que no habrá trabajo
cuando terminen. Lo que está sucediendo es algo que no tiene nada
que ver con nosotros. Vamos de peor en peor y a este paso vamos a
sentir vergüenza de ser griegos”, dijo Miltos.
Para el largo plazo se avizora una mayor incertidumbre y un
profundo desasosiego. Los enfrentamientos y los cobros injustos de
Atenas han reavivado los temores de caer en la violencia en un
momento en que los dos grandes partidos políticos, Nueva Democracia
y el PASOK, han perdido su credibilidad.
La palabra “milagro” se desliza finalmente como si se tratara de
una oración. Mientras tanto los habitantes de Tesalónica, que
durante 20 años sintieron que se dirigían hacia las delicias del
monte Olimpo, ya no alcanzan a ver otra alborada que no sea la
frugalidad del monte Athos. Fuente
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