Valerie Monroe,
colaboradora de Oprah.com,
tiene un hijo muy inteligente del cual se siente orgullosa, un
hijo al que crió para que fuera listo y observador, sensible y
amable, que supiera escuchar y que fuera honesto y elocuente
sobre lo que siente.
Monroe es una madre, dice, que
rompió el llamado
código de los niños
planteado por William Pollock, que consiste en la creencia
generalizada pero silenciosa de que se debe educar a los hijos
varones de forma tal que sean
estoicos, que escondan sus sentimientos, que se
independicen de sus padres (especialmente de su madre). En pocas
palabras, que no sean como las niñas.
Pollack, profesor clínico de
psicología de la Escuela de Medicina de Harvard y autor de
Real Boys, cree que para que
los niños sean felices y sanos, se les debe permitir tener
sentimientos, mostrar empatía, que sean capaces de
expresar las emociones
que se les piden a las niñas.
“Hasta que tuve un hijo, yo
pensaba, bueno, naturalmente quiero criar a un niño –hombre o
mujer- de modo tal de que tenga una vida emocional”, dice
Monroe. Y luego lo traté. Y descubrí que hay una gran diferencia
entre creer que uno niño debería mostrar sus sentimientos y
realmente tener un niño que lo haga”.
Monroe cuenta la anécdota que
cuando el hijo de una amiga y el suyo tenían cerca de tres años,
el hijo de la amiga se deleitaba jugando con telas brillantes y
una varita de hada, un placer promovido por su madre. Monroe
confiesa que aunque apoyaba a la madre y del niño, sentía alivio
porque su propio hijo no manifestara un interés en tales cosas.
¿Por qué? Por la misma razón por
la que la madre de Monroe le preguntó si estaba bien que su hijo
fuera tan sensible y por la que un amigo le preguntó si a su
hijo ya le gustaban las chicas cuando lo vio acurrucado en un
sofá con ella.
“Un niño afectuoso, sensible,
corre el riesgo de ser percibido como un ‘niño de mami, pegado a
las faldas de su mamá’. ¿No es interesante que no tengamos
frases como esas para describir una niña que es apegada a su
madre? ¿Y que la ‘hija de papi’ no tiene una connotación
peyorativa?”, se pregunta Monroe.
Las preguntas de su madre y de su
amigo la causaron temor porque sugerían que la cercanía entre
ella y su hijo estaba de alguna forma inhibiendo su camino a la
hombría. ¿Debía
apartarse de él?
Para Olga Silverstein, hay muchas
razones por las que las madres pueden sentir la necesidad de
alejarse de sus hijos, dice Olga Silverstein, una terapeuta de
familia. Las madres temen ‘contaminar’ a sus hijos con
cualidades ‘femeninas’.
Las madres creen que los hijos deben apartarse de sus familias,
y por eso se quieren proteger del dolor de la separación
inevitable.
Las madres creen, escribe Monroe,
que son incapaces de modelar cualidades importantes para
convertirlos en hombres, o que su cercanía los hará
homosexuales. O creen que porque es un hombre, es desconocido
para ellas.
Pero Silverstein dice que es
necesario cambiar la forma en que las madres piensan de las
cualidades llamadas ‘femeninas’ y que hay que dejar de calificar
ciertas actitudes como asociadas a hombres o a mujeres por
separado. “La mujeres tienen que entender que las fortalezas
femeninas son valiosas no sólo en las mujeres sino en los
humanos. Así no nos tenemos que preocuparnos de feminizar a los
niños”.
Y aunque hay que respetar las
diferencias entre niños y niñas, la idea de oponerlos es
problemática, dice Silverstein, porque implica que los niños
deben no sólo separarse de sus madres sino rechazar las
cualidades asociadas a ellas. “¿Es eso injusto, incluso
misógino?”, se pregunta Monroe.
Pollack dice que se sabe qué
esperar cuando un niño es criado con el código: una máscara de
masculinidad, falsa bravuconería, la necesidad de ser agresivos
y de ganar, e ignorar o reprimir los sentimientos de
vulnerabilidad. Esos son los hombres que
parecen fuertes pero
que son, irónicamente, los más débiles en muchas formas porque
se esconden y no están preparados para formar parte de una
relación honesta.
Pero los niños que reciben
afecto, amor, respeto y compasión –dice Monroe- crecen bien, no
buscando lo que necesitaban de sus padres. Hoy, señala Monroe,
hay muchos niños así, con amigas mujeres y que son amigables con
sus madres.
Silverstein sugiere formas para
asegurarse que los niños crezcan como seres humanos íntegros:
Las madres deben seguir
hablándoles sobre los sentimientos de ambos y no dejarlos
alejarse. No deben temer demostrar su afecto o ira o
desaprobación. Deben ser honestas sobre los que les gusta y lo
que no les gusta de cómo actúan sus hijos, apoyando la empatía,
el reconocimiento y el respecto por las cualidades femeninas.
Un niño que es amado, dice
Monroe, que aprende a reconocer sus sentimientos y a
expresarlos, y que aprende a ser responsable de sus actos, a
valorar la compasión y a ponerla en práctica, es un niño que se
volverá un hombre que será una compañero sentimental amoroso.
“Eso es bueno para la mujer con la que se case. Y es incluso
mejor para el hombre en que se convierte”.