Dicen que después de la tormenta viene la calma, pero cuando se trata de relaciones de pareja el mar queda picado e inhóspito por varios días. La tensión inunda los rincones, la paz se vuelve frágil y los espacios comunes se convierten un campo minado; un mal paso o un movimiento en falso y el detonador de la disputa puede estallar de nuevo.
No importa si es la primera pelea en la relación o una de tantas que han sucedido. Por lo general un encontronazo, por más que todo el mundo diga que las pugnas son buenas y fortalecen el romance, la verdad de las cosas es que son signos de que algo, por pequeño que sea, no está bien. Lo que es un hecho es que son inevitables y, tarde o temprano, una diferencia ocurrirá en una de las dos partes y provocará un enfrentamiento entre ellas.
Pelear es fácil, lo difícil es reconciliarse después
Quizá lo más difícil para lograr este fin es establecer las respectivas culpas y responsabilidades, señalar quién fue el primero en empezar el problema y todos sabemos que eso no va a pasar. En el instante en el que un dedo se apuntó sobre alguien es equivalente a levantarse de la mesa de negociación.
Por ello, es mucho más fácil —aunque en realidad sea muy difícil— hacer conscientes los errores que nosotros mismos cometimos antes, durante y después del conflicto. Es probable que el ejercicio parezca en vano cuando estamos seguros de que no hicimos nada mal y todo el asunto fue provocado por la pareja.
En caso de examinar la situación a fondo y no encontrar falla alguna en nuestro comportamiento entonces algo, en definitiva, está muy mal, porque nadie es completamente ajeno e inocente en una pelea. Esto no quiere decir que la culpa de la misma sea nuestra en su totalidad, pero eso no nos exenta de las cosas que hicimos mal, eso que sabemos la saca de quicio y no debimos decir o hacer.
La buena noticia es que esos errores son nuestra mejor herramienta para arreglar el problema, porque sirven igual que una bandera blanca durante una guerra. Son un recurso efectivo y diplomático para iniciar la reconciliación.
Lo único que hay que hacer es ir con el otro afectado y pedirle perdón por eso que hicimos mal. Insisto, no importa que la otra persona sea la principal infractora, si nosotros empezamos por bajar la guardia es muy probable que el otro lo haga también.
Es importante resaltar que no se trata de una estrategia retorcida de manipulación, con la cual uno se pueda salir con la suya o provoque dejar pasar un conflicto relevante entre ambos; por el contrario, éste tiene que ser un ejercicio de la más pura honestidad que sirva para romper la barrera que se ha formado después del disgusto. Es el principio de una larga charla que debería de tocar los puntos ríspidos que han emergido recientemente para tratarlos de resolver. Es tratar que los dos dejen atrás eso que los afecto y recuerden los motivos por los que se juntaron en un inicio. Es devolverle la calma al cauce para volver a navegar en él. Fuente: Yahoo