¿QUÉ ES LA
PRIMAVERA ÁRABE?
No les va yendo muy bien a los árabes en lo que la prensa
occidental ha decidido llamar su primavera: "la primavera
árabe". El nombre quería hacer eco a lo que también fue
precipitadamente llamado "la primavera de los pueblos" en la
Europa de mediados del siglo XIX (en l848, exactamente) y que
duró (también exactamente) una primavera: aquella en que los
pueblos en Francia, en Polonia, en Austria, en Italia, en medio
continente, se alzaron contra los tiranos; y casi de inmediato
fueron aplastados por esos mismos tiranos, o por otros: viejos
como el nuevo emperador Francisco José de Austria, impuesto por
la fuerza, o nuevos como el Napoleón III de los franceses,
triunfador en elecciones de sufragio universal. Marx contó bien
esa breve historia. Y tal como lo advirtió, hoy se está
repitiendo en forma de comedia.
Mal les está yendo a los árabes. En fin: a los pueblos árabes.
Así lo decía aquí hace un par de semanas en un artículo titulado 'La
sangrienta farsa libia'. Sangrienta, porque lo es. Farsa, porque los
occidentales, gobiernos y prensa unánimes, se empeñan en saludarla
como si fuera cierta. Hasta los caricaturistas han caído en la
trampa de un acontecimiento que es en sí mismo una caricatura: y
dieciséis de entre ellos, árabes y europeos, publican un libro de
dibujos en Cartooning for Peace, celebrándola.
Más desfachatada farsa aun ahora que han ido a hacerse aplaudir en
Libia, y a firmar contratos petroleros con los nuevos gobernantes
puestos ahí por ellos mismos, Sarkozy de Francia y Cameron de Gran
Bretaña. Los mismos que hace menos de un año firmaban iguales
contratos, y otros más de venta de armamento, con el tirano Gadafi,
al cual invitaban de pasada a dormir en su tienda beduina en los
jardines del palacio del Elíseo, en París. Las cuales armas, a
propósito, no se sabe muy bien en dónde están: parece que andan
dispersas por todo el norte de África, listas para alimentar guerras
futuras. En cuanto a las nuevas, las enviadas a los rebeldes (por
paracaídas o con las tropas especiales francesas y británicas que
les ayudaban sobre el terreno en violación expresa de la resolución
de las Naciones Unidas que autorizó los bombardeos aéreos), ya
fueron descongelados los fondos libios depositados en bancos de
Occidente por Gadafi, para que sus adversarios vencedores puedan
pagar por ellas.

Cuando completen su victoria. Porque hasta el momento en que escribo
esto siguen sin ser capturados ni muertos, y defendiéndose a tiros,
el tirano y sus hijos. La farsa todavía no ha terminado.
Y continúa también por el lado de Siria y de su tirano respectivo,
Bashar al-Assad. Allá no han intervenido todavía los bombarderos de
la Otan, como en Libia. Pero ya le fueron interrumpidos al régimen
los aprovisionamientos de armas por parte de Occidente, y se
anuncian sanciones económicas (pospuestas hasta fines de año a
petición de Italia, que aspira a redondear unos negocios). En
Argelia duran todavía los efectos de los 15 años de la guerra civil
entre el Ejército y los islamistas radicales, que se apagó hace
apenas cinco. En Marruecos, Mohamed VI sigue siendo, como su padre,
"nuestro amigo el rey". Como siguen siendo "nuestros amigos" -quiero
decir, los amigos de las potencias de Occidente- los jeques
petroleros del Golfo, y la casa real de Arabia Saudita. Incluso
antes de empezar a florecer, en la mitad del mundo árabe la
"primavera árabe" ya está marchita.
Pero no es porque, como se ha dicho tantas veces, los pueblos árabes
no estén maduros para la democracia, ni sean incapaces de
conquistarla o de adaptarse a ella. Eso mismo se ha sostenido
también con respecto a los pueblos eslavos, o a los ibéricos, o a
los africanos, o a los latinoamericanos, o a los asiáticos: a veces
con argumentos raciales, a veces religiosos. Pero la democracia no
es ni un don de la naturaleza reservado a naciones genéticamente
privilegiadas ni un estadio de la civilización: es simplemente un
modelo político. Y si ha tardado tanto en intentar empezar a
aclimatarse en la región de Oriente Medio y Cercano no es por
incapacidad de sus pueblos, sino por imposición de las mismas
potencias de Occidente que hoy pretenden ir allá a sembrarla por la
fuerza, mediante la invasión "humanitaria": los Estados Unidos del
ya retirado Bush, la Gran Bretaña de Blair y Cameron, la Francia del
todavía piafante Sarkozy, que siempre habían preferido tratar con
dictadores: reyes o coroneles. Y les vendían las armas.
En cambio a los palestinos, que -junto con los israelíes, por
supuesto- constituyen el único país de la zona en el que se celebran
elecciones democráticas reconocidas como tales por la ONU, se les
veta en el Consejo de Seguridad de esa misma ONU la posibilidad de
convertirse en un Estado hecho y derecho.
Y que no digan entonces que la llamada "primavera árabe" no es una
farsa. Fuente
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