Las enfermedades del
futuro (hoy)
La
revista Quo nos ofrece una visión sobre las vulnerabilidades de la
civilización; solemos pensar que la aldea global es inmune a
todo…¿Un virus podrá colapsarla?
Durante años se nos ha advertido que
habrá una pandemia. Bien podría ser de gripe o de otra cosa. También
se nos ha dicho que mucha gente morirá. Con todo y lo terrible que
esto sería, es inevitable pensar si, de alguna forma, aquellos que
sobrevivan estarán mejor. ¿No resultaría mucho más fácil reconstruir
la sociedad actual y convertirla en algo más sustentable si, Dios
nos libre, fuéramos algunos menos?
Y al mismo tiempo hay que preguntarse
si luego de una pandemia devastadora, la vida volvería a ser algo
tan siquiera parecido a lo que es ahora. Los virólogos a veces
hablan acerca de escenarios que son como la peor de las pesadillas:
una plaga como el ébola o la viruela que nos llevaría al "fin de la
civilización". Seguramente están exagerando, ¿o no?
Mucha gente rechaza cualquier tipo de
plática sobre un colapso, como si se tratara de un tema del profeta
de la esquina que vaticina que el fin del mundo está próximo. Y
quizá se justifica. En los dos últimos siglos la humanidad ha
logrado trascender tantas plagas, hambrunas y guerras profetizadas,
desde Malthus (economista que pronosticaba una hambruna global)
hasta el doctor Strangelove (personaje del cine obsesionado con
iniciar una guerra nuclear), que cualquiera que se tome esas ideas
en serio puede ser etiquetado como un ave de mal agüero.
De manera paralela existe una
creencia generalizada de que la sociedad actual ha alcanzado una
complejidad y un nivel de innovación tales que la blindan ante
cualquier catástrofe global. "Ése es un argumento arraigado de tal
forma, tanto en nuestro subconsciente como en el discurso público,
que ha obtenido el estatus de una realidad objetiva. Creemos que
somos diferentes", dice Jared Diamond, biólogo y geógrafo de la
Universidad de California y autor del libro Colapso.
Sin embargo, un número creciente de
investigadores se aproxima a una espeluznante conclusión respecto a
nuestra sociedad: en vez de ser cada vez más fuerte, es cada vez más
vulnerable. En el caso de una pandemia grave, la enfermedad podría
ser tan sólo el inicio de muchos otros problemas.
A la fecha en ningún estudio
científico publicado se ha analizado si una pandemia con un alto
índice de mortalidad podría causar un colapso social. La inmensa
mayoría de los planes para afrontar una epidemia de tales magnitudes
fallan, incluso aquellos que reconocen que los sistemas básicos
podrían colapsar, y mucho más los que ni siquiera toman en cuenta
este factor.
En la historia se han registrado
muchas pandemias, por supuesto. En 1347 y 1348, la Peste Negra mató
a cerca de un tercio de la población de Europa. Su impacto fue
gigantesco, pero la civilización no se derrumbó. Sin embargo, luego
de que el Imperio Romano fue azotado por una plaga alrededor del año
170 d.C., con una tasa de mortalidad similar, el gran reinado latino
se vio envuelto en una vorágine que lo llevó hacia su colapso final.
¿Cuál fue la diferencia? Para decirlo en una palabra: complejidad.
Veamos.
Efecto dominó
En el siglo XIV el continente europeo
tenía un sistema feudal en el que más de 80% de la población estaba
conformado por campesinos. Cada una de las muertes se llevaba a un
productor de alimentos, pero también a un consumidor, así que el
impacto final en la estructura era relativamente pequeño. "En una
jerarquía de estas características nadie es tan necesario que no
pueda ser fácilmente reemplazado", dice Yaneer Bar-Yam, director de
New England Complex Systems Institute, en Cambridge, Massachusetts.
"Los reyes se murieron, pero la vida siguió".
El Imperio Romano era también una
jerarquía, pero con una gran diferencia: tenía una enorme población
urbana, nunca igualada en Europa hasta la era moderna, que dependía
de los campesinos para los granos, los impuestos y los soldados. "El
declive de la población afectó la agricultura, la cual, a su vez,
afectó la capacidad del Imperio para pagar a los militares, lo que
mermó su capacidad de mantener a raya a los invasores", afirma
Joseph Tainter, historiador de la Universidad de Utah. "A su vez,
los invasores debilitaron a los campesinos y a la agricultura".
Una pandemia con un alto nivel de
mortalidad podría desatar un resultado parecido ahora, sostiene el
investigador. "Menos consumidores significa que la economía se
contrae, lo cual deriva en menos empleos y, por lo tanto, muchos
menos consumidores. La pérdida de personal en industrias clave
también dañaría mucho".
En este sentido, Bar-Yam señala un
factor que sería determinante: la pérdida de las personas clave.
"Perder, de manera indiscriminada, piezas de un sistema altamente
complejo, es muy peligroso. Uno de los resultados más significativos
de la investigación dedicada a analizar sistemas complejos es que
cuando estos son altamente complejos, los individuos sí importan".
La misma conclusión ha surgido de una
fuente por completo distinta: las "simulaciones" de escenarios
catastróficos, en las cuales los líderes políticos y económicos
analizan qué ocurriría si aparece una hipotética pandemia de gripe.
"Un momento digno de celebración sucede cuando el director de una
empresa toma conciencia de cuán necesarias son las personas clave",
dice Paula Scalingi, quien hace simulaciones de pandemias para la
región económica del Pacífico Noroeste de Estados Unidos. "Las
personas representan la infraestructura crítica".
Agrega que "especialmente resultan
vitales los llamados hubs o centros neurálgicos de las redes". Es
decir, aquellas personas cuyas acciones vinculan a todas las demás.
Por ejemplo, los transportistas. Cuando, en el año 2000, una huelga
bloqueó las entregas de petróleo de las refinerías de Gran Bretaña
durante 10 días, casi la tercera parte de los automovilistas se
quedó sin combustible, algunos servicios de trenes y autobuses
fueron cancelados, las tiendas comenzaron a quedarse sin comida, los
hospitales se limitaron a dar el mínimo de servicios, los desechos
peligrosos comenzaron a apilarse y los cuerpos de las personas
fallecidas no tenían manera de llegar a su última morada. Luego de
esto, un estudio hecho por Alan McKinnon, de la Universidad
Heriot-Watt, en Edimburgo, predijo grandes pérdidas en la economía y
un rápido deterioro de las condiciones de vida si todo el transporte
terrestre de la isla se detuviera tan sólo una semana.
Un mundo sin camiones
¿Qué ocurriría en una pandemia cuando
muchos de los camioneros se enfermaran, se murieran o tuvieran tanto
miedo como para no acudir a trabajar? Aun en el caso de que una
pandemia fuera relativamente suave, muchas personas tendrían que
quedarse en sus casas para atender a sus familiares enfermos o
cuidar a los niños cuyas escuelas hubieran sido cerradas. O sea,
incluso una afectación leve en el sistema de transporte terrestre
tendría consecuencias casi inmediatas en las entregas puntuales,
digamos, de alimentos o medicinas.
En las últimas décadas, las personas
que utilizan o venden mercancías, desde carbón hasta aspirinas, han
dejado de acumular grandes cantidades, puesto que el almacenamiento
resulta muy caro. En vez de ello, se ha generado un sistema de
entregas pequeñas, pero frecuentes. Esto hace que, por lo general,
las ciudades tengan una despensa que equivale a tres días de comida.
Y aquel viejo proverbio que reza que las civilizaciones están a tan
sólo tres o cuatro comidas de la anarquía, no es tomado a broma, al
menos por los planes para enfrentar pandemias en Estados Unidos. En
estos se recomienda a la población que guarde el equivalente a tres
semanas de comida y agua para un caso de emergencia. Otros
planificadores, mucho más precavidos, afirman que todo el mundo
debería tener al menos el equivalente a 10 semanas. ¿Cuánto durarían
las provisiones si las tiendas se vaciaran y el abastecimiento de
agua se acabara? Es difícil saberlo.
Ahora bien, eso es tan sólo en lo
referente a la comida. Pensemos ahora qué sucedería en los
hospitales, los cuales dependen de las entregas periódicas de
medicamentos, sangre, gasas y jeringas para funcionar. "Las personas
que prevén pandemias en los nosocomios viven obsesionadas con la
idea de tener suficientes mascarillas", afirma Michael Osterholm,
especialista en salud pública de la Universidad de Minnesota, quien
aboga por una mayor preparación para enfrentar un problema de estas
características, ya que "antes se quedarán sin oxígeno para poderlas
utilizar; ningún hospital tiene más de dos días de abastecimiento".
A esto habría que sumarle el problema de surtir de cloro a las
plantas purificadoras de agua, otro insumo de primera necesidad del
que pocas veces nos preocupamos. ¿Sin comida? ¿Sin agua? ¿Sin camas
funcionales en el hospital? El problema comienza a hacerse grande.
Peor que lo peor
Ahora bien, consideremos que no son
solamente los camioneros ausentes quienes podrían interrumpir el
sistema. Después de todo, siempre es posible conseguir nuevos
choferes y entrenarlos con bastante rapidez. Pero los camiones
también necesitan gasolina. ¿Qué tal si el personal que trabaja en
las refinerías y que produce ese combustible no se presenta a
trabajar?
"Creemos que si logramos hacer que
las personas se sientan seguras a la hora de venir a trabajar,
tendríamos 25% de ausencia de personal si tenemos una pandemia de
influenza como la de 1918", dice Jon Lay, presidente de Preparación
Global para Emergencias de ExxonMobil. En caso de que eso pasara, al
posponer las tareas no básicas y asegurarnos de que los proveedores
esenciales se mantuvieran firmes, "podríamos mantener el
abastecimiento de productos que son críticos para la sociedad".
Sin embargo, algunos modelos sugieren
que el ausentismo generado por una pandemia como la de 1918 podría
cortar la fuerza de trabajo a la mitad en su punto más álgido. "Si
tenemos 50% de ausencias, eso ya es una historia diferente", afirma
Lay, quien asegura que su empresa no ha hecho un modelo que prevea
el impacto de una ausencia a ese nivel. ¿Y qué tal si la pandemia
fuera peor que la de 1918?
Ciertamente, todas las empresas que
suministran la infraestructura crítica en la sociedad actual (la
energía, el transporte, la comida, el agua) enfrentarían problemas
similares si sus trabajadores no acudieran a trabajar. De acuerdo
con fuentes de la industria de Estados Unidos, un proveedor de
electricidad de Texas está enseñando a sus empleados "técnicas para
evitar un virus" con la esperanza de que, en caso de ser necesario,
puedan experimentar una tasa más baja de síntomas iniciales de
influenza y de mortalidad que el resto de la población en general.
El hecho es que la mejor forma de que
la gente evite el virus sería quedarse en casa. Pero si todo el
mundo hiciera eso, o si demasiadas personas trataran de almacenar
provisiones luego del comienzo de una crisis, el impacto de una
pandemia, incluso relativamente menor, podría multiplicarse
rápidamente. Parece ser que las personas encargadas de planificar
una situación de emergencia ante una pandemia han dejado de lado el
hecho de que las sociedades actuales están cada vez más
estrechamente interconectadas, lo cual significa que cualquier
conmoción puede diseminarse rápidamente a través de varios sectores.
Por ejemplo, muchas empresas tienen planes de contingencia que
cuentan con personas que trabajan en línea desde sus casas. Sin
embargo, los modelos demuestran que no habría suficiente amplitud de
banda para cubrir las demandas, asegura Scalingi.
¿Y la energía?
Aquí es donde la complejidad de la
interdependencia puede resultar desastrosa. Las refinerías producen
combustible y, claro, no solamente para los camiones, sino también
para los trenes que, a su vez, llevan el carbón a los generadores de
electricidad y que, en la actualidad, tienen tan sólo 20 días de
reserva de abastecimiento, dice Osterholm. Basta señalar que las
plantas generadoras a base de combustión de carbón abastecen
aproximadamente 30% de la electricidad del Reino Unido, 50% de la de
Estados Unidos y 85% de la de Australia.
Las minas de carbón necesitan
electricidad para funcionar. Para la extracción de petróleo a través
de los oleoductos y del agua por medio de la red de tuberías, se
requiere de electricidad. Producirla depende mucho del carbón;
obtenerlo depende de la electricidad; todo esto necesita de las
refinerías y de las personas clave; las personas necesitan
transporte, comida y agua limpia. Si una parte del sistema falla,
todo lo demás puede fallar también. La energía hidráulica y la
nuclear son menos vulnerables a las interrupciones del
abastecimiento, pero aun así dependen de personal altamente
capacitado.
Sin electricidad, las tiendas no
podrían mantener los alimentos refrigerados, considerando (claro
está) que recibieran productos. Las cajas registradoras tampoco
podrían funcionar y muchos consumidores no podrían ni siquiera
cocinar la comida que lograran conseguir. Sin cloro, brotarían las
enfermedades provenientes del agua en la medida en que se
dificultara hervirla. Las comunicaciones comenzarían a
interrumpirse, ya que tanto las emisoras de radio como las
televisoras, así como los sistemas telefónicos e Internet, serían
víctimas de los cortes de energía y de la ausencia de personal. Todo
esto sería un factor que podría quebrar el sistema financiero
global, hasta tocar incluso a los cajeros automáticos locales, lo
que complicará mucho más los intentos por mantener el orden y poner
nuevamente en funcionamiento los sistemas.
Después de la tormenta
Aun si lográramos salir adelante en
las primeras semanas de la pandemia, los problemas a largo plazo
podrían intensificarse sin el mantenimiento ni los suministros
básicos. Tomaría años resolver muchos de estos problemas en el
sistema. Por ejemplo, sin combustible y con los mercados
desorganizados, ¿cómo podrían los campesinos hacer llegar sus
próximas cosechas y distribuirlas?
En la medida en que una plaga se
instale, muchos países sentirán la tentación de cerrar sus
fronteras. Pero la cuarentena ya no es una alternativa viable en el
mundo global.
"En la actualidad ningún país es
autosuficiente para todo", afirma Lay. "El peor error que podrían
cometer los países sería aislarse de los demás".
Sitios neurálgicos como el puerto de
Singapur, un centro de embarque de gran valor estratégico, tienen
planeado cerrar en caso de una pandemia, aunque sólo como último
recurso, añade el experto.
Sin embargo, una medida como ésta no
sería suficiente para evitar que el comercio internacional se
paralizara, en la medida en que otros puertos cerraran por temor al
contagio, por falta de trabajadores o debido a que las tripulaciones
de los barcos cayeran enfermas y las líneas de ensamblaje de los
exportadores se detuvieran por no contar con sus empleados, la
energía, el transporte o el combustible y los suministros.
De esta manera, Osterholm advierte
que la mayoría de los equipos médicos y 85% de las medicinas que
consume en la actualidad Estados Unidos se producen fuera de ese
país, y eso sería sólo el principio. Porque si nos vamos a otras
esferas de la misma cadena, como por ejemplo considerar el empaque
de los alimentos... puede que la leche se entregue en las lecherías
si se logra ordeñar a las vacas y se dispone del combustible para
los camiones y la energía para su refrigeración, pero esto no
serviría de nada si las fábricas de cartones para leche están
paralizadas o los cartones están en otra parte del mundo.
"Nadie dentro de la planificación en
caso de pandemias piensa lo suficiente acerca de las cadenas de
abastecimiento", sostiene Osterholm. "Son largas y delgadas y pueden
romperse". Cuando Toronto "fue azotado por el Síndrome Respiratorio
Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés) en 2003, los
principales fabricantes de máscaras quirúrgicas enviaron todo lo que
tenían", dice. "Si hubiera durado mucho más, se hubieran quedado sin
máscaras".
La tendencia es que las cadenas de
abastecimiento crezcan incluso más para aprovecharse de la economía
de escala y de la disponibilidad de la mano de obra barata debida a
que las grandes fábricas producen mercancías a menor costo que las
pequeñas, y pueden hacer eso incluso más barato en los países donde
la mano de obra es mal pagada.
Lay señala a los huracanes que han
golpeado en los últimos tiempos el norte del continente americano y
el fuego en el depósito de petróleo de Buncefield en el Reino Unido,
en 2005, como ejemplos de fuertes interrupciones en la cadena normal
de suministros. En todos estos casos, dice, se mantuvieron los
abastecimientos procedentes de las refinerías. Pero esos desastres
eran localizados, y la ayuda podía llegar de lugares cercanos no
afectados por ellos.
Los planeadores de desastres se
enfocan a prevenir, por lo general, sucesos únicos de este tipo:
accidentes industriales, huracanes o, incluso, ataques nucleares.
Pero las pandemias tienen la
característica de suceder en todas partes a la vez, lo cual
convierte en inútiles muchos de estos planes. "Hay numerosas
hipótesis detrás de nuestras conclusiones", admite Lay. "Si
demuestran ser imperfectas, podemos luchar".
La pregunta principal es cuán seria
podría ser una pandemia. Muchos planes gubernamentales de prevención
se basan en las tasas de mortalidad de las pandemias de 1957 y 1968,
que fueron moderadas. "Ningún plan de previsión de pandemias
considera la posibilidad de que la tasa de mortalidad pueda ser más
alta que en 1918", afirma Tim Sly, de la Universidad de Ryerson, en
Toronto, Canadá.
Incluso una repetición de lo ocurrido
en 1918 podría ser lo suficientemente mala. Así lo señala un estudio
llevado a cabo en 2006. El economista Warwick McKibbin del Instituto
Lowry de Políticas Internacionales, en Sidney, Australia, y algunos
de sus colegas, basaron su escenario de "el peor de los casos" en la
misma tasa de mortalidad que se presentó en 1918.
El resultado, según su modelo, sería
de 142 millones de muertes en todo el mundo, tragedia que conduciría
a una desaceleración económica global masiva que barrería con el
12.6% del PIB mundial.
Este escenario asume que moriría
alrededor de 3% de aquellas personas que llegaran a enfermarse. Este
escenario no es para nada fantasioso: de todas las personas que se
sabe que han adquirido hasta ahora Influenza Aviaria H5N1, 63% ha
muerto. "Resulta negligente dar por sentado que la H5N1, si se
convierte en pandemia, sería obligadamente menos mortal", dice Sly.
Y claro, la influenza está lejos de ser la única amenaza viral que
enfrentamos.
La pregunta final sería: ¿Qué pasaría
si una pandemia tiene, en efecto, enormes consecuencias? ¿Y si
mueren muchas personas clave de los procesos de los cuales
dependemos y se rompe el equilibrio global? ¿Estamos preparados para
restablecer la balanza saludable y la operatividad de nuestro
sistema? "Buena parte de esto depende de la magnitud de la pérdida
de población", asegura Tainter. "Las posibilidades oscilan entre una
recesión pequeña o moderada, una enorme depresión y hasta un
colapso".
Dominados por las
máquinas
Una conocida idea de la destrucción
de la humanidad es a manos de las máquinas. Películas como
Terminator y The Matrix se han nutrido de tecnologías que se rebelan
contra sus amos. Sin embargo, hay cierto piso real sobre estas
hipótesis. Debido a la creciente capacidad de cálculo de las
computadoras modernas (que se duplica aproximadamente cada 18
meses), científicos como Hans Moravec en la Carnegie Mellon
University han postulado que en la década de 2020 las computadoras
tendrán capacidades de procesamiento de datos similares a las de la
mente humana. Por otro lado, un análisis prospectivo realizado por
la empresa británica BT Technology en 2005 se refiere a la
posibilidad de que para esta misma década, los sistemas
fundamentales de la sociedad humana (finanzas, comercio, industria)
estén supervisados por sistemas de inteligencia artificial que
podrían adquirir conciencia propia. Mejor aún, el estudio dice que
para la década de 2030, gracias al desarrollo de implantes
intracraneales en sistemas de cómputo, la ubicuidad de las redes de
datos y la complejidad en los sistemas de realidad virtual, la
temida Matrix, será técnicamente posible.
La Tierra sin humanos
Alan Weisman, periodista
especializado en temas científicos, se preguntó seriamente lo que
sucedería si la humanidad desapareciera. En su libro The World
Without Us (El mundo sin nosotros) señala que todo lo que hemos
construido los humanos se desvanecería en unos miles de años: en
unas décadas, la materia orgánica (madera, papel) se disolvería por
acción de la humedad, y en un par de siglos, todas las estructuras
de cemento, ladrillo y mampostería se derrumbarían por acción de la
dilatación térmica, así como por filtraciones de agua y su propio
peso. El punto final vendría con los metales que terminarían
oxidados en el lapso de pocos miles de años (con la salvedad del
bronce, el oro y el acero inoxidable).
Quizá la parte que más tardaría en
disolverse sería nuestra herencia de contaminantes. Los plásticos
tardarían un milenio en promedio en degradarse y disolverse; sin
embargo, los materiales que hemos creado artificialmente para
nuestro uso (como los insecticidas), y los aditivos industriales
como los llamados PCB (bifenilos policlorinados) sólo podrían ser
eliminados tras decenas de miles de años. Lo mismo sucedería con los
desechos radiactivos de plantas nucleares, que tardan desde unos
pocos años (como el estroncio-30) hasta más de 20 mil años (como en
el caso del plutonio-239) en perder la mitad de su radiactividad. El
elemento que tardaría más tiempo en disolverse sería el exceso de
gases de efecto invernadero responsables del cambio climático
global: tomaría 100 mil años volver a los niveles existentes antes
de que el hombre comenzara a quemar materiales en su beneficio
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